lunes, 14 de mayo de 2018

Ficções / Ficciones desde Brasil

Ficções
Ficciones desde Brasil
Edición: Bogotá, abril de 2012
Autores:
Joaquim María Machado de Assís
Afonso Henriques de Lima Barreto
Graciliano Ramos
Clarice Lispector
Rubem Fonseca
Dalton Trevisan
Nélida Piñón
Marina Colasanti
Tabajara Ruas
Adriana Lunardi
Isbn: 978-958-99935-9-0









Los cachorros del sur

Tú al morir presentías vagamente

vivir en mi memoria.

– Miguel de Unamuno


La reverberación en la tierra de los dioses que caminaban con los hombres, que los veían desde los cielos, desde la luz dorada del sol altísimo o desde la amorosa mirada de la blanca nodriza nocturna, ha aclimatado a los perros a correr acuciados por el calor del hambre, les ha enseñado del pillaje nocturno y de las correrías de la caza para sobrevivir. El sol, desde lo alto, como un niño que juega a quemar a las hormigas, ha reunido a hombres y canes a la sombra de los techados de zinc o bajo las tejas de barro, a compartir, casi exclusivamente, el hambre, repartida en platos de arroz apenas cocido o de maíz sancochado. Ha juntando sus orfandades en hogares precarios, donde encuentran consuelo en miradas conmovidas por otra tragedia como la suya; abandonados a sí mismos; han trucado la compañía en afecto, y en últimas, han caminado juntos sobre las huellas de sus antiquísimos ancestros, y estos, sobre las del primer hombre, que desertó de la humanidad, y encontró en su soledad a una bestia de ojos acuosos, triste y callada como él, que convino en llamar su mejor amigo.
En pajonales junto a las chacras o en ranchos de lata, el hombre se ha atrincherado junto a su familia, y en ocasiones debe echar a suertes la vida del perro; que muera por pura piedad para evitarle la penosa enfermedad o por pura negligencia cuando el pillaje amenaza por acabar los pocos recursos. Cooper, el dueño del fox-terrier blanco que Horacio Quiroga da el nombre de Yaguaí, sí que sabe de eso, cuando en una estación de calor en Misiones y molesto por los asaltos a su corral dispara a tientas una noche para ahuyentar a los perros.
Fabiano es el otro caso, toma su escopeta, la lija y la limpia, porque no puede dejar a Baleia en esas condiciones. Mientras tanto doña Victoria, apenada y conmovida toma a los dos niños, los lleva a la habitación y con sus manos y sus muslos tapa los oídos a sendos niños. Baleia, una perra enferma por brotes y secreciones cutáneas confundidas con principios de hidrofobia, amarrada piadosamente a una estaca, temerosa porque no entiende la situación, después de un fallido disparo en una de sus patas, pierde lentamente la visión, por el sol y como si se le fuera con la sangre que pierde cada minuto que Fabiano toma para recargar el arma. Y descubrimos en Baleia, de la mano de Graciliano Ramos, la humanidad contenida en la pequeña perra uncida a la alegre actitud de no saber de nada que traen siempre los perros. En agonía, Baleia empieza por odiar a Fabiano, por querer morderlo, pero cómo, si había nacido junto a él y no había visto otra cosa sino a Fabiano, a doña Victoria y a sus hijos, con quienes se revolcaba en las piedras. Luego de la oscuridad de sus ojos, Baleia despertaría otra vez feliz, para lamer las manos de Fabiano y dar vueltas con los niños, todos juntos en un corral que no había visto nunca pero sabía que era de ellos, que allí permanecerían.
Son todos perros habituados al calor y a la muerte moviéndose a plena luz. Entonces también pasa que es el perro que ve las anunciaciones de la muerte. Como la que descubrió Old, en La Insolación, el más joven de los fox-terrier de míster Jones, la muerte confundida con su amo, sentado en un tronco en pleno sol en Misiones. La cuadrilla, día y noche cuida de su amo, permanece muy cerca de la casa, aguzando el oído, pero para todos nosotros la muerte es una fatalidad.
Con la certeza de la noche, el sol se oculta a la hora acostumbrada.



Carlos Pérez.


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